VISTE EL ALMA DE FIESTA, QUE ÉL ES TU SEÑOR.

VISTE EL ALMA DE FIESTA, QUE ÉL ES TU SEÑOR.

No recuerdo cuándo fue el último año que tuve tanta ilusión por vestirme de fiesta, lo cierto es que estas Navidades estoy llena de ilusión.

Lo cual considero que es un don.

Un don convertido en antídoto hacia la inmensidad de malas noticias que intentan apagar los deseos de nuestro corazón.

Cuán necesario es vestir nuestra alma de fiesta porque ya está cerca nuestro Señor.

¡El alma de fiesta!, sí, vistámosla de fiesta en el desprendimiento, en el sacrificio, en el llanto y también en la contradicción.

Algunos pensarán que eso es imposible en medio de tanto dolor,

otros creerán que lo que propongo es una absurda ilusión,

pero otros, como yo, sabrán que cada día que vivimos es para ello la mejor ocasión.

Vistamos nuestra alma de fiesta porque viene el Niño Dios:

Cierto que viene siendo débil y, sin embargo, Él es nuestro Dios Salvador,

viene en pobreza y en Él solo existe la libertad, el respeto y el amor.

Un Dios hecho Niño que estará entre pañales para conquistar nuestro ser, nuestras preocupaciones y también nuestra mente, voluntad y corazón.

Por esto vistamos nuestra alma de fiesta porque a medida que nos vamos vistiendo se irá encendiendo nuestra cordialidad e ilusión,

así como nuestras miradas se convertirán para los demás en claridad y resplandor.

En esta Navidad del 2020 vistámonos todos de fiesta con los trajes elegantes de la sencillez y el perdón,

con el maquillaje de la humildad y la ilusión,

con los zapatos cubiertos de esperanza que guían hasta el Niño Dios y con la colonia que deja la fragancia de la escucha creyente, de la generosidad, la gratitud y el amor.

Feliz Navidad para todos, vistámonos de fiesta que llega nuestro Niño Dios.

Plasencia 21-12-20

Sor María Elena Hernández González

RESTAURADORA DE COLORES

RESTAURADORA DE COLORES
Querida Señora: ¿podrá alguien pensar que con este título estoy hablando de ti?.
Supongo que no, pero ¿quién sino tú nos podría recuperar de tantos desperfectos que nos hemos ocasionado por el egoísmo y el mal?.
¿Quién diría que aquella niña juguetona, aplicada, servicial y con sus padres mimosa, llegara a ser nuestra restauradora oficial?.
La niña educada en la humildad y en la escucha de la Palabra que proclamaban sus padres, los vecinos y también todos los demás.
Virgen Inmaculada restauradora de las cosas rotas por las limitaciones, las debilidades, el pecado y el mal,
de los corazones que se pierden porque no quieren, o no pueden, o quizás no saben ni siquiera escuchar.
Señora y Madre mía, restauradora de vidas, de vidas llenas de heridas por el rencor, la venganza, la pandemia o cualquier otra enfermedad.
¿Quién sino tú, Madre, nos podría recuperar sin podernos dañar?.
¿Quién sino tú, podría respetar y mantener nuestra singularidad?,
porque no es un trabajo fácil y creo que al ser humano solo tú, Madre, nos podrías arreglar.
Cuando pienso en “restauradora”, pienso en delicadeza, paciencia y en una mirada que va más allá;
pienso en respeto hacia la originalidad;
pienso también en el tiempo que a su obra va a dedicar,
y que nunca a ésta la va a abandonar.
Por lo tanto, querida Madre, cuento siempre con tu presencia y fidelidad,
pero no solo bastan el tiempo, el estudio, el respeto y la fidelidad,
sino que es muy necesario el cariño, el amor que tanto en tu ser como en tus manos hay;
cuento con tu pasión de Madre al queremos restaurar.

Por eso, tú, María, eres la única persona en la cual delega tu Hijo para que volvamos a recuperar nuestra identidad,
ya que, en el principio, todos los colores de la naturaleza eran vivos, fuertes, enérgicos y en el ser humano igual.
Resplandecía la inocencia, la espontaneidad y la verdad.
Nuestros ojos eran tan transparentes cómo las aguas limpias del mar,
nuestras manos generosas como cualquier árbol frutal,
y libres como cualquier ave que iba de oriente a poniente o simplemente de acá para allá,
porque el universo entero cantaba a una sola voz: “Aleluya”.
Sin embargo, hoy muchas voces están apagadas por el qué dirán,
por los intereses personales que aplastan a los demás,
por tantas personas que no pueden soñar,
por tantas prohibiciones y burocracia que no nos dejan respirar,
por la pobreza, la ausencia de trabajo y el hambre del cariño familiar.
Hoy nuestro mundo, tanto el exterior como el personal,
necesita de la pasión y el calor de tus manos, Madre, para podernos del todo recuperar,
necesitamos sentir tu presencia y tu delicadeza cuando nos empieces de nuevo a pintar.
Sé, querida Madre, que siempre vas a respetar y mantener cada singularidad,
y lo grandioso de mi vida será que llevaré el sello de mi Restauradora al final.
Bendita sea la Inmaculada Concepción que por el mismo Dios se dejó moldear, amar y, con sus colores, pintar.
Sor María Elena Hernández González.
Plasencia 8-12-20