NO LE HE VISTO Y LE AMO, NO LE VEO Y CREO EN JESUCRISTO

NO LE HE VISTO Y LE AMO, NO LE VEO Y CREO EN JESUCRISTO
(1Pd1, 8-9)


No le veo y creo en Él.
En esta afirmación declaro el sentido y la raíz de mi fe.
Más así me quiero preguntar: ¿Qué es más importante el ver o el creer?
O quizás mejor: La felicidad que vivo de dónde me brota ¿de la vista o de la fe?.
Y claro que sé la respuesta, ya que tengo tantos acontecimientos que me ayudan con firmeza a responder.
Porque muchas veces con mis ojos cerrados he podido escuchar mejor, analizar la realidad y mi vida comprender.
También he podido experimentar cómo el calor humano, las motivaciones para seguir adelante y, la paz interior se sienten, aunque no se ven.
Además sé: que hay cientos de realidades que escapan a nuestra comprensión si no las aceptamos desde la fe.
Sé que nuestro Dios es Espíritu y por ello, que trasciende los sentidos; es por esto, que toda relación con Él pertenece a la dimensión del creer.
También te puedo decir que el encuentro con el Dios Trinidad no es menos real que el abrazo que recibí ayer,
ni tampoco menos cierto que la llamada telefónica que mantuve por la tarde con mi amiga Raquel.
Asimismo te puedo asegurar que dicho encuentro es tan verdadero como la reunión que tuve con aquello con los que en la mañana me tomé un café.
Y es que creo en el Dios vivo, en ese que no veo, pero sé que es Él quien sostiene mis pies.
Amo a este Dios que no veo, pero que me concede el don de la certeza para saber que habita cada instante en toda mi vida y en todo mi ser.
Creo en ese Dios cercano y humano que es Jesucristo y que cada día me muestra su amor y me enseña a creer.
Creo en el Padre, que es puro amor y paciencia y que vive enamorado esperando a que todos tengamos esa fe.
Creo en el Espíritu Santo que me ayuda a levantarme, a superar cada obstáculo, a fiarme de las personas y a vivir y transmitir mi fe en Él.
No te lo pierdas, merece la pena fiarnos al igual que creer,
pues tu felicidad está en juego, recuérdalo acude siempre a Él;
no es necesario que lo veas porque es mucho más profundo y cercano que tu mismo ser.


Sor María Elena Hernández González
Plasencia 16-4-23


EL DIOS QUE ESPERÓ

EL DIOS QUE ESPERÓ


¿Te imaginas a Dios que es todopoderoso esperando?
¿Un Dios que, a veces, lo consideramos mágico?.
Nosotros, que lo queremos tener todo al instante y rápido,
al igual que obtener todos los resultados de inmediato.
Pues resulta, que nuestro Padre Dios se queda la resurrección esperando.
¡Qué diferencia entre Dios y el ser humano!
A nosotros, que si por ejemplo nos dan un pisotón no sabemos aguantarnos,
Dios nos enseña que todo maltrato, sí que es inhumano,
pero que quien ha dado su vida, por amor, e incluso lo hayan matado,
ese dolor y ese sufrimiento que ha generado
se nos puede también convertir en redención y así salvarnos.
Dios, que es Padre, ha esperado.
Y ha esperado en un mundo que todo lo queremos de inmediato.
¿Tú qué crees que Dios con esa actuación nos está enseñando?.
¿Crees que nos querrá decir, que la vida también brota en el aparente fracaso,
o que el verdadero amor en la espera confiada es el que está mandando?
También puede ser que en la entrega generosa nadie queda defraudado,
y que, por encima del poder al que aspira el ser humano,
vence siempre al final el amor, la fidelidad y la palabra del Dios resucitado.
El Padre, que por su Hijo ha sufrido y ha llorado, con ese dolor casi incontrolado,
el Dios que es todopoderoso ha decidido libremente su poder no utilizarlo.
Ha decidido pues enseñarnos que: en la espera hay un fruto de vida que jamás se dará si antes del tiempo previsto de la muerte se ha arrancado.
Que el Dios que ha esperado, y a los tres días a su Hijo ha resucitado, nos sostenga siempre en su mano,
bendiciendo nuestra vocación y misión, pero sobre todo nuestro ser, alma y labios.
Porque el Dios que esperó, es el mismo Dios que nos está salvando.


Sor María Elena Hernández González
Plasencia 15-4-23